Columna de Opinión

LA FACETA NECESARIAMENTE SOCIAL DE LA SANTIDAD

| Pablo Vidal Castillo Pablo Vidal Castillo

Imagen foto_00000001

Desde que entramos al movimiento nos hablan de la santidad en la vida diaria como un estilo de vidal al que todas las personas, en especial los que nos llamamos schoenstattianos, podemos y debemos aspirar, que busca a través del esfuerzo y autoeducación,  alcanzar el ideal personal que Dios puso en nuestra vida.

No cabe duda, que es un camino al que hombres y mujeres debiéramos aspirar.

Pero más allá de esa definición, pocas veces (por no decir ninguna) hemos leído de algunas características de esta santidad tan explícitas como las que podemos rescatar de un texto escrito por el padre Juan Pablo Catoggio, en el que descubrimos matices planteadas por nuestro Fundador que le adicionan un desafío mayor, pues pareciera ser que esta santidad no es una ruta solitaria, sino más bien colectiva y comunitaria.

El santo en la vida diaria es un santo que se orienta "al otro", se nutre "del otro" y existe "por el otro" y por tanto debe incorporar estilos de vida y relacionamiento coherentes con el servicio a los demás, con énfasis en aquellos hermanos más desfavorecidos, ya que en “ese otro” nuestra relación con Cristo alcanza mayor plenitud.

De seguro podría llegar a ser sorprendente, y hasta alarmante para muchos, esta aproximación pues se aleja de la mirada que tradicionalmente difundimos en el movimiento, pero existen argumentos sólidos que a mí juicio son relevantes para fundamentar una arista "social" de esta santidad que resumo en cuatro rasgos necesarios.

Un santo al servicio del prójimo 

En primer lugar, el santo en la vida diaria tiene un especial trato y relación con los demás: "Para el santo de la vida diaria, que vive la pobreza espiritual, es una gran alegría cuando debe tratar directamente con los verdaderamente pobres. En ellos puede honrar y amar a Cristo así como él mismo lo dijo: “Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicieron conmigo” (Mt.25, 40). Con ellos se encuentra como entre los suyos; se siente en casa. Más aún, para él es un honor poder servir personalmente a los pobres cuando tenga ocasión por causas de sus enfermedades, accidentes u otros."

Este santo en la vida diaria debe (pues pareciera no ser opcional) relacionarse y servir al prójimo, con especial predilección a los más vulnerados, pues en ese contacto con Cristo se acerca a su ideal personal y a su vocación cristiana.

Un santo arriesgado y poco acomodado 

En segundo lugar, el santo en la vida diaria busca el desprendimiento de la comodidad, seguridad y el confort: "Los argumentos que se apoyan en aparentes riesgos de salud, en la necesaria dignidad de la propia clase social, en lo conveniente de acumular un mayor patrimonio para sus hijos o para estar a salvo de las eventualidades de los tiempos, parecieran invitar a un gran esfuerzo de autoprevisión. Dios quiere y desea que aún en situaciones relativamente aseguradas nosotros asumamos una cierta cuota de inseguridad y preocupación".

El santo en la vida diaria no teme al riesgo ni a estilos de vida más desprendidos de lo material y de otras seguridades, pues con ellas (en la abundancia o en la ausencia) no se testimonia ni concretiza nuestra fé práctica en la Divina Providencia, e incluso se obstaculiza nuestro contacto con Dios, y por tanto su desprendimiento es un seguro para alcanzar ese fin.

Un santo pobre y necesitado 

En tercer lugar, el santo en la vida diaria experimenta la pobreza con mayor concreción: "Cuando el santo de la vida diaria pertenece al mismo grupo de los desheredados, desposeídos y marginados, la calidez y fervor de su amor a Dios le permite poner su mirada en bienes más altos y confiar sin reservas en Dios" y continúa "El santo de la vida diaria vence todas las dificultades con la fuerza interior de su amor a Dios. No conoce la envidia. ¡Qué pueden significar todas las cosas en comparación a Dios!".

El santo en la vida diaria debe apreciar en su propia vida la carencia y la pobreza, pues de ese modo la necesidad de Dios adquiere una mayor trascendencia y plenitud, y acumula cierta empatía con los demás.

Un santo que da "hasta que duela"

Finalmente, el santo en la vida diaria ejerce la caridad de un modo especial: "Nadie puede dispensarse de este servicio personal mediante una contribución económica anual. El santo de la vida diaria no sólo da de lo que le es superfluo sino también de aquello que le significa un verdadero sacrificio. Todo lo que a él le pertenece lo considera también como propiedad de Cristo, que está dispuesto a compartir honestamente con todos los miembros de Cristo".

El santo en la vida diaria entrega su mayor tesoro, no da lo que le sobra, sino su caridad se basa en ese tesoro, pues está consciente que sus bienes y talentos no son propios sino son de Dios y van a Dios.

Estos cuatro rasgos se tornan fundamentales para la concreción de la santidad en la vida diaria, y son coherentes con la solidaridad de destinos, que supone ese entrelazamiento entre las vidas de los hermanos en la Alianza, que en último lugar permitirá alcanzar mi ideal, tu ideal, y juntos, nuestro ideal comunitario.

Siendo María nuestro modelo por excelencia, el mayor ejemplo de servicio y santidad en la vida diaria, y además de un ejemplo pre claro de estos cuatro rasgos se hace prudente hacernos esta pregunta: ¿Cuánto estamos cultivando, viviendo y formando estos cuatro rasgos de la santidad en la vida diaria?

Es urgente cambiar nuestros modos por estilo de vida con mayor sencillez y austeridad, que nos permitan manifestar así nuestra real fraternidad y espíritu mariano, evitando toda barrera que ofenda o nos distancie de los “otros”, y por el contrario los incluya bajo el manto de María y el corazón de Dios. Por ello quiero plantear la importancia que el movimiento de Schoenstatt difunda estas características o rasgos con mayor claridad, compromiso y vigor dentro de nuestra familia. Así mismo, oriente cambios de forma y fondo pues urge una mayor sintonía con el tiempo que estamos viviendo y los desafíos sociales, económicos y ambientales que conllevan.

Para terminar, quiero compartir que esta columna, así como sus citas, fueron inspiradas en la lectura del libro “El Nuevo Orden Social y la Pobreza” escrito por el Padre Juan Pablo Catoggio, y que para los que estamos en cuarentena está disponible también en versión e-book a un bajo costo. Adicionalmente contó con la valiosa opinión de Paulina Johnson y Rafael Mascayano dos schoenstattianos que hacen esfuerzos por cultivar y difundir estos rasgos sociales del santo en la vida diaria.

Pablo Vidal C.

Imagen foto_00000012

Comentarios
Los comentarios de esta noticia se encuentran cerrados desde el a las hrs