Cuesta tan poco

Vamos por la calle, distraídos, quizás escuchando música. Muchas veces no notamos la belleza de las cosas simples de la vida, no reparamos en la persona que pasa por nuestro lado, no nos tomamos el tiempo para apreciar el paisaje. Sobre esto escribe Mariana Grunefeld.

| Mariana Grunefeld Mariana Grunefeld

Aprovechando los ultimos rayos de sol de este otoño santiaguino camino todas las mañanas por las calles de mi barrio y un poco más allá. Y cada día me cruzo con una fauna humana multiple y diversa. Obreros, trabajadores de la construcción, empleados municipales preocupados del aseo y ornato, jardineros, asesoras del hogar, automovilistas, guardias, carabineros, padres y niños en las puertas de establecimientos educacionales, jóvenes esperando micro con audífonos; también eximios trotadores, ciclistas esforzados y otros caminantes como yo.Me han dicho que me ponga audífonos, que escuche música mientras camino, que así me voy a entretener, que se me va a pasar rápido el tiempo, que voy a ir llena de energía al ritmo del pop, rap, balada u ópera y río imaginando cómo podría ir al ritmo de mis canciones preferidas y no ser atropellada por un ciclista fugaz, aplastada por un auto o mordida por un perro. Prefiero ni intentarlo y no es que rechace la música, al contrario, me fascina, pero más me gusta estar conectada con el mundo que me rodea. Escuchar los ladridos del perro –para evitar que me muerda-, el sonido del viento y el crujir de las hojas cuando las piso, el del camión de la basura, el de los chiflidos de sus reciolectores y los golpes metálicos de los repartidores de gas, el del agua que riega, en fin, el ruido del murmullo aún apagado de una ciudad que despierta a su rutina, a la vida de cada dìa.

En este ejercicio de abrirse al mundo con placer cada mañana, una de las situaciones más deleitosas es planificar sonreir y saludar. "Buenos días". Simple y corto. Y el extraño, el cabizbajo, la apurada, el despistado, la deportista, incluso el que parece raro y/o amenazante en esta ciudad cada vez más predispuesta a la la desconfianza, parece que aterrizara y de inmediato responde al saludo con otro amable. Como una campana que produce un eco, recibo un tono y sonrisa de acuerdo al saludo que he dado.Y ahí se produce en pocos segundos un ambiente distinto. En este rápido contacto hay una suerte de dignidad envuelta, hemos hecho contacto visual, hay un alguien que ha sido visto por otro y reconocido. Con tan pocas palabras se entra al espacio del otro. El lenguaje, ese vehículo simbólico del que sólo los humanos podemos disponer, me saca de mi misma, de mi yo, de mi individualismo, de mis preocupaciones, de mis ensoñaciones, para ponerlo al servicio de otro. Con un par de palabras expreso que todo esta bien, que somos dos que nos hemos visto, que nos hemos respetado, que nos hemos deseado una buena joranada en un mundo repleto de gente, ocupaciones y ambiciones.

Y lo mejor es que todo esto es gratis. Es un placer al alcance de nuestra mano que no necesitamos comprar. Lo único que requiere es tener el valor de salir de uno mismo y sentirse parte de un todo más amplio. Saludar, mirar a los ojos, escuchar sin tomar en cuenta las barreras sociales, generacionales, ideológicas o personales es abrirse para dar belleza a los que están a nuestro paso. Pensar que podemos hacer a otros el día o el momento más amable, ver su sorpresa ante la sonrisa desprevenida, oír la voz que sale de su interior para desear algo positivo como un regalo que se comparte.

Francamente, es un placer que ni un audífono me podría quitar.

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